No podía creerse que estuviera tan nervioso por algo así. Era como esperar una cita con el dentista, solo que peor.
Estaba sentado en su despacho, tamborileando los dedos en la fina y costosa mesa repleta de papeles aún por firmar. No podía dejar de pensar en lo que estaría a punto de experimentar en unos minutos. Y eso le impedía continuar con su trabajo como Dios le mandaba.
¿Estaba muy pequeño? ¿En serio estaba “enanito”? El consideraba su altura normal para alguien de su edad…pero los demás no pensaban lo mismo. Madame Red, todas las veces que iba a visitarlo, le sugería una infinidad de remedios para intentar que creciera un poco más. Y el nunca los aceptaba.
Esa mañana había ido el jefe de una empresa a visitarlo, junto con su hijo, de la misma edad que Ciel.
Claro que Ciel al principio había pensado que el niño era unos… ¿5? Años mayor que el, puesto que era unos diez centímetros más alto. Pero al momento de irse, el Padre mencionó algo muy perturbador para Ciel.
—“Me alegro de haber traído a Arthur conmigo, Conde. No sabe cuan bien me hace que haya conocido a un buen ejemplo de su misma edad. A pesar de que usted es tan joven, es tan trabajador. Arthur, si Dios no lo quiera me llega a pasar algo, me sentiría orgulloso de ti si siguieras los mismos pasos que el pequeño Conde.”
Al niño casi le da un ataque cuando mencionó la palabra “pequeño” y cuando se enteró de su patética estatura.
Una vez que los visitantes se fueron, Ciel decidió que habría que recurrir a medidas drásticas. Le dijo a Sebastián que preparara eso.
Sus padres habían intentado hacer que lo tomara antes, pero el nunca acepto. Hasta ese momento.
— ¡Joven amo, todo está listo!
Esa era la voz de Finnian. Ciel se estremeció, comenzaba a arrepentirse.
Se levantó, como todo un hombrecito valiente. Abrió la puerta de su despacho, y se encaminó hacia su “destino”.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------------
—Sebastián, creo que en realidad esto no vale la pena. Es una tontería, no creo que sirva—Si, se había puesto nervioso. No podía evitarlo.
—Es un poco tarde para retractarse, ¿No lo cree? Joven amo.
Ciel fulminó a Sebastián con la mirada, este solo ensanchó su sonrisa aún más.
—Pues entonces te ordeno que ya no-
— No puedo—Respondió casi mecánicamente el Mayordomo. —“Debo hacerlo, es una orden Sebastián. No me dejes retractarme en ningún momento”. ¿No fue usted claro? Bocchan.
— ¡Pues no! ¡No lo permitiré!
La sonrisa del mayordomo se ensanchó.
— ¿Eso cree, Joven amo?
----------------------------------------------------------------------------------------------------------------
—Abra la boca, diga “Aaaah” —Maylene no podía resistir la emoción. Lo que sus ojos presenciaban era…tan lindo—Vamos, joven amo. Abra la boca, el trenecito va a pasar.
Ciel estaba indignado.
— ¡Que lindo Joven amo! —Finnian estaba sentado en la silla, sosteniendo firmemente a Ciel en sus piernas. El niño, por más que se retorcía, no podía zafarse del agarre del amado Finny.
—Estas fotos serán buen material para el próximo proyecto, sobre la desnutrición infantil. Un lindo Bocchan en la portada. Todos comprarán el artículo. —Sebastián sonrió.
Ciel tenía un babero ridículamente enorme amarrado al cuello, que presumía una familia de pollitos persiguiendo a Mamá gallina.
— ¡Esto es asqueroso! ¡Esto definitivamente no me puede ayudar a crecer!
Maylene tomó una servilleta y limpió la boca de Ciel, que se ensuciaba con cada bocado forzado.
Sebastián sonrió una vez mas.
—Solo faltan 10 cucharadas más de Aceite de Hígado de bacalao. Entonces, no probará un solo bocado más hasta mañana. ¿No es maravilloso, Bocchan? Lo que el aceite de un simple pescado puede lograr.
Ciel no volvería a quejarse de su estatura.